Atrás ha quedado la nevada que estos días ha caído sobre las islas del Egeo: Lesbos, Chíos, Samos, Leros y Kos. Nosotros seguimos vinculados a la primera, cuya realidad mejor podemos documentar. Las fotos que nuestros compañeros cooperantes y voluntarios nos mandan desde Mytilene y Moria muestran un paisaje gris, donde llueve sobre mojado; lúgubre, pero ya no nevado. Las temperaturas mínimas no caen bajo cero. La pasada noche se mantenía en siete grados centígrados.
Los refugiados no se están muriendo, pues, de congelación, ni tampoco de frío en Lesbos. Las hipotermias, cuando se producen, suelen encontrarse entre aquellos que ponen como pueden los pies en la arena o roca cuando la embarcación que los trae desde Turquía los vuelca sobre la costa, y no entre aquellos que se alojan en las distintas instalaciones y asentamientos desperdigados por las distintas islas. Sin embargo, son estos últimos los que se están muriendo por dentro.
Los refugiados en Grecia no se están muriendo de hambre. No hay hambrunas. En Grecia se puede adquirir de todo como en España, los mismos hipermercados. Pero sí hay huelgas de hambre, protestas de muchas personas por la falta de un trato digno.
La comida no perecedera, que tanto nos apresuramos a recoger y enviar tras estas fechas en que “la crisis de los refugiados” vuelve a ser noticia gracias a la nieve y la ola de frío polar, no puede ser comida sin antes ser cocinada,. Todos lo sabemos. Pero también todos ignoramos o parecemos olvidar que la mayoría de personas a las que va destinada esta comida no disponen de los medios para cocinar. Aún así disponemos con diligencia su recogida y envío.
Lo mismo hacemos con la ropa de abrigo, que en pocos días se acumulan en parroquias y centros comunitarios al poco de hacer los grupos sus convocatorias. Importantes cantidades de ropa de abrigo se acumulan para su clasificación y envío sin realmente tener una información precisa de las necesidades concretas en el lugar en el que se van a recibir. No sólo ignoramos estas necesidades, ignoramos también que los almacenes de las organizaciones que allí descargan, recepcionan, desclasifican y reparten se encuentran bien provistos de la totalidad de artículos cuya recogida aquí organizamos. Ignoramos, por último, y esto es aún más grave, que por mucha ropa de abrigo que lleves encima nadie te va a sacar el frío del cuerpo si no tienes donde guarecerte, si no tienes un habitáculo acondicionado para las bajas (y altas) temperaturas exteriores así como para las excesivas humedades o lluvias. Esto también lo sabemos todos, pero de la misma manera parecemos olvidar que buena parte de estas gentes se encuentran refugiadas bajo lonas más o menos permeables y no bajo techos; entre los más diversos cortavientos, pero no entre paredes.
Lo que está matando lentamente a los refugiados en Grecia y en el resto de países que los retienen mientras nuestros dirigentes convienen en la mejor forma de expulsarlos o repatriarlos (Turquía, Bulgaria, Serbia, Croacia, Hungría, Marruecos…) es la desesperanza, la privación no sólo del derecho a su libertad de movimiento sino también de la esperanza de llegar, que es la razón y el fin de todo viaje. Son los mismos gobiernos (nuestros gobiernos) que blindan sus fronteras y emplean sus fuerzas de seguridad para disuadir a los que a ellas llegan los que tienen la culpa de que estos inmigrantes estén como están(desesperados, heridos, malnutridos)
Y todos aquellos de nosotros que no nos hacemos eco de este tipo de denuncias y no los señalemos con el dedo tenemos la misma culpa si no más, por cuanto somos cómplices y nuestro silencio otorga la razón a aquellos que no la tienen. Terroristas islámicos, migrantes económicos, islamización de Europa, “que vienen a quitarnos los trabajos”, “que es muy difícil que se integren”… todo eso son conjeturas y se manejan en un discurso nada objetivo que apesta a xenofobia y pudredumbre. Es un discurso para acallar conciencias, fácilmente asimilable y reproducible, con el que el común de los mortales puede irse tranquilamente a la cama cada noche y dar carpetazo a un asunto “en el que poco podemos hacer”.
Y cuando nuestra conciencia nos despierta dándonos un par de merecidos gritos, entonces es cuando nos movilizamos a enviar dinero o bienes materiales. En esos momentos parece no haber tiempo que perder y nos apresuramos a responder a la convocatoria de ayuda humanitaria que antes nos llegue. Y ni siquiera tenemos tiempo de hacernos la siguiente pregunta: “¿no sería más eficaz enviar en lugar de alimentos y ropa el dinero a un grupo u organización sobre un terreno definido y que ellos, con el conocimiento y la evaluación de las necesidades de aquellos a los que asisten en el día a día, dispongan si gastarlo en ropa, en comida o en leña para hogueras con las que calentarse en el frío de la noche?