Hace unos pocos días hablaba con mi amigo Sher Afzal de la situación de los refugiados y migrantes en Grecia, en concreto en Atenas. Le había llamado yo para averiguar cierta información de los campamentos de refugiados sirios en Líbano, pues había oído que en algunos de ellos estaban escaseando víveres hasta el punto de que muchas personas estaban pasando hambre. Sher tiene muchos contactos en Grecia, algunos de ellos refugiados en Grecia pero de origen libanés, así que me decidí a preguntarle.
Siempre que oigo que alguien pasa hambre, se activa en mi interior un dispositivo de alarma y pienso que tengo que aportar mi granito de arena, siempre que yo esté en disposición de ayudar, claro está… Pero la conversación con mi amigo me deparó algo probablemente peor que la situación de pasar escasez de alimentos en un campamento.
Sher trabaja de intérprete para una empresa de capital público-privado que opera en algunos de los centros de detención para migrantes en los que se priva a personas migrantes de su libertad por alguna irregularidad en su documentación cuya solución conlleva un procedimiento complejo, por decirlo de alguna manera. Este tipo de centros existen desde el inicio de la emergencia humanitaria en Grecia, tras la explosión de llegadas en botes a las islas del Egeo el verano de 2015. Yo mismo visité uno de ellos, el de Corintos, en noviembre de 2016, cuando fui a visitar a Umar Shezhad, quién permaneció encarcerlado allí durante más de seis meses.
«David, es terrible. Esta gente (sus paisanos) – me dice al teléfono – está enfermando de estar ahí dentro tanto tiempo. Se están volviendo locos y otras enfermedades varias y no sólo no hay medicamentos para tratar sus males sino que hay un solo médico que pueda tratar de ver a algunos de ellos», me confiesa por primera vez desde que hablamos del tema (nunca me habla en detalle de su trabajo). «¿Qué mal han hecho?», continua… «¡Tan sólo les falta documentación válida aquí, no son delincuentes!»
Es difícil explicar lo que se siente cuando te mueves en un entorno tan depravador de los derechos fundamentales de las personas. Pero cualquiera que lea estas líneas que tenga cierta empatía, entenderá la gravedad de la situación. «Esta gente» no está en la desgraciada situación del limbo que representa estar en un campamento de refugiados (de Grecia, de Líbano o en cualquier otro país), en los que tienen que aguardar meses y años en un proceso muy interrumpido de revisión de sus expedientes de regularización mientras sus derechos y necesidades más básicas solo les son satisfechas en cierta medida (de nuevo, por decir algo realista y no muy injusto para con las organizaciones que operan en este contexto y ámbito humanitario): refugio, alimentación, higiene, intimidad de la persona y de la familia, etc.
Estamos hablando de personas – en su mayoría hombres jóvenes que han viajado solos desde países cuya procedencia les excluye de ser reconocidos como refugiados en un 99% de los casos al tratarse de países de origen como Paquistán, Bangladesh o Argelia, por citar algunos, y que, además de ver insatisfechas las necesidades que otros paisanos suyos experimentan en los campamentos, se ven privados totalmente de libertad y de tratos dignos.
Decía antes que Umar Shezhad estuvo unos seis meses en el centro de Corintos. La gente que está dentro ahora llevan más de doce meses, de quince e, incluso, de dieciocho meses. 18 MESES! las leyes han ido endureciendo las condiciones de recepción a la llegada al país de estas personas y prolongando los tiempos de retención en el país hasta que se resuelva su expediente, que suele acabar con una orden de expulsión sobre el papel y con un vuelo o pasaje marítimo de devolución en caliente a Turquía, país con el que aumentan las tensiones al respecto sobre la recepción de las personas migrantes y con el que la falta de acuerdo actual de la U.E. es en gran medida responsable de esta prolongación de los plazos de resolución y encarcelamiento prácticamente indefinido en Grecia.
La semana pasada, en este mismo centro, se le negaba atención médica a un recluso que acababa de auto lesionarse de gravedad, tres meses después de que un joven kurdo de 24 años se quitara la vida al conocer que su encierro «temporal» en esta cárcel se prolongaba unos meses más… Había estado 16 meses entre los mismos cuatro muros.
Encontré esta noticia tras colgar con Sher al teléfono y me parece que lo menos que puedo hacer es darle eco en este espacio virtual que todavía ocupo redactando párrafos que denuncien lo que a mi modo de ver representa una de las peores desgracias que conozco en este mundo. Me corroe la indignación, semanas después, mientras escribo estas líneas, pero la denuncia es necesaria y nuestras palabras son nuestras manos para obrar en este sentido. Con que un solo lector o una sola lectora me esté leyendo, este escrito habrá cumplido su misión.
Yo, por mi parte, no pienso parar aquí, sino seguir más allá en lo que pueda lograr que se visibilicen tamaños abusos de los Derechos Humanos.
Poco después de colgar con Sher, me llamó Umar Shezhad. Me contó que se encuentra bien. Se encuentra trabajando clandestinamente en un poblado rural a una hora aproximadamente de Atenas, empleado en recolecciones agrícolas. Actualmente, cosechando naranjas. Me cuenta que trabaja mucho, de sol a sol, pero que está feliz. Le pagan algo (ha ahorrado algún dinero), come tres veces al día y duerme tranquilo tras caer la noche. Se ríe cuando menciono Atenas y la posibilidad de volver… No hace ni cuatro años que escapó de Corintos y aún es pronto, me cuenta, para volver a jugársela. Seguirá donde está el tiempo necesario hasta que se tenga que poner nuevamente en movimiento. Nos despedimos, como siempre, con un «cuídate mucho» y un «ojalá nos volvamos a ver pronto». Un abrazo solidario en tiempos de pandemia.